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JORGE BRUGOS Miércoles, 17 de Abril de 2019

Construir

“Vamos a reconstruir Notre-Dame todos juntos”. Con estas palabras, el Presidente de Francia, Emmanuel Macron, aunaba a los franceses a cerrar filas para superar el mal trago del incendio que a punto ha estado de reducir a cenizas uno de los monumentos más importantes de nuestra civilización. Entre tanto mensaje pesimista y lúgubre, me topé con el anuncio del mandatario francés. Me cautivó su reacción, su declaración. Palabras de unidad, de fraternidad entre todos los ciudadanos. Franceses, -ojalá sucediera así en España-, que han llorado juntos la tragedia llameante e incendiaria. Murales, concentraciones, distintos actos de comunión en estos momentos tan duros para toda Francia. El fuego casi derrumba un pedazo de su historia, de sus raíces, de su cultura.

 

Envidia siento al ver como los franceses se unen en esta circunstancia, para algunos baladí, mientras unos analfabetos aseguran desde España a través de las redes sociales que ojalá se hubiera quemado la Almudena. Hay que ser mentecato… Me gustaría saber cómo reaccionarían estos, si una de nuestros templos históricos fuera pasto de las llamas. Seguro que saldrían a la calle gritando “ardéis como en el 36”. Recuerden que en la II República algunos provocaron incendios en muchas iglesias… Luego se preguntarían que porque el clero apoyó a Franco… De donde no hay, no se puede sacar. España siempre ha estado dividida. Carlistas, Isabelinos, afrancesados, Fernandinos… Durante nuestra existencia como país, siempre han convivido entre si diferentes escisiones ideológicas que han luchado por perpetuarse a costa de derrumbar a los contrarios. Contendientes, que eran todos aquellos que amenazaran la existencia de los otros. Unos, que en la etapa final del gobierno de Azaña o durante la Guerra Civil, veían a los sacerdotes e iglesia como el mal vestido con sotana y con blanco puritano. Monjas violadas, sacerdotes asesinados… Todo valía en servicio de la República. Un anticlericalismo o cristianofobia que se extiende hasta nuestros días. Odio que les nubla la vista y obceca sus mentes alegrándose de que la historia, la que representan la Almudena o la catedral de León, sea pasto de las llamas. No son conscientes de que gran parte de nuestros valores y cultura brotan del cristianismo, de que la Unión Europea, fue fundada por devotos como Robert Schuman, -el cual está en proceso de beatificación-, cuyas vigas maestras del proyecto europeo beben del cristianismo. Quizá por eso los franceses, -ciudadanos de una nación laica, y no aconfesional como la nuestra-, lloren porque su templo se queme a la par que otros ignorantes celebrarían que una de nuestras catedrales fuera pasto de ese mismo fuego arrasador.

 

No estamos bien. Nace en mí, admiración con cosas como estas. Por el patriotismo con el que conviven y nacen los habitantes de otros países. En Francia o en Estados Unidos adornas tu domicilio con una bandera nacional y te llaman patriota, en España si lo haces te tildaran de facha o te tiraran huevos o heces porque la enarboles. Así somos. Mientras en Francia o en Alemania remaban todos en una dirección durante los atentados yihadistas, nosotros cuando el camión sesgó la vida de miles de inocentes en la Rambla, nos lanzábamos acusaciones unos otros. Que si había sido culpa del Ayuntamiento de Barcelona por no colocar bolardos en los puntos céntricos de la urbe, que si los Mossos no llevaron a cabo todos los procedimientos anti-terrorismo… No sabemos estar unidos. Hoy todavía hay voces que se acusan entre sí por el atentado del 11-M en Atocha. Todo vale para rivalizar entre nosotros. Si no nos ponemos de acuerdo ni para poner los nombres de las calles, vamos a empatizar entre nosotros cuando lleguen momentos verdaderamente críticos. Llevamos toda la vida la vida autodestruyéndonos. Ya lo dijo Bismark, el que dijo de España que sería el país poderoso del mundo si no viviéramos en un enfrentamiento constante.

 

A lo mejor, tiene que ver el que estemos mirando siempre al pasado mientras se escapa el presente y nos olvidamos del futuro que queremos. Tenemos que revitalizar nuestra democracia, nuestra nación, con valores, con esos principios que aprendimos pero que ahora hemos olvidado, los de la transición, el único período de la historia donde hemos avanzado juntos, unidos. En la etapa donde olvidamos las etiquetas, los prejuicios y perdonamos lo pasado para caminar juntos hacia el presente construyendo un futuro mejor.

 

 

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