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JORGE BRUGOS Lunes, 20 de Agosto de 2018

Víctimas politizadas

Hubo una época, ya saben que la vida está marcada por modas, en la que un servidor no podía estar sentando en un bar sin un vaso de refresco de naranja entre sus manos. Como si fuera un mantra, mis amigos lo saben bien, siempre que el camarero acudía con la libreta para tomar nota y yo le pedía aquella bebida, siempre soltaba la misma gracia barata: “Una Fanta de naranja, siempre naranja, para que vean que soy de Ciudadanos”.

 

Ahora prefiero la Coca Cola, ya saben, las modas de la existencia. Como Ramón Espinar, no puedo resistirme a ese elixir cuyos ingredientes son desconocidos pero que su sabor es extraño y refrescante. Deje a un lado la Fanta, esa bebida que indirectamente y satíricamente, politizaba al relacionar el color del liquido con el de un partido político. Como se suele decir, mezclaba churras con merinas para desgracia del camarero que al mismo tiempo que sonreía debía de darse cabezazos contra una pared invisible. Las bebidas son eso, elixires refrescantes sin ninguna connotación. 

 

Vivimos en un mundo, donde todo se descontextualiza y se relaciona de manera errónea con artes que poco tienen que ver entre sí. Del mismo modo que el que escribe estas líneas vinculaba como juego humorístico el refresco de naranja con Ciudadanos, otros vinculan homenajes, deportes o programas infantiles a la política sin tener nada que ver. Los independentistas catalanes, son un claro ejemplo de eso, de cómo un club como el FC Barcelona se transforma en ´mes que un club´ para ejercer de altavoz del soberanismo. Rupturismo, que, por desgracia, del mismo modo que no respeta el deporte rey, tampoco tiene pudor para sabotear los homenajes a las víctimas de los atentados del 17 de agosto. Recuerdo, que se vio enturbiado por los de siempre, esos radicales con disfraz de demócratas, los CDR, Ómnium y ANC. Estas dos asociaciones independentistas que se comprometieron a no politizar los homenajes y a respetar a las víctimas. Ni un carajo. Volvieron a liarla. Que si presos políticos, que si una pancarta del Rey boca abajo, que si esteladas por aquí y por allá… No hay paz para los malvados, tampoco descanso. La falta de ética del soberanismo y de algún que otro cafre monárquico, no tiene límites. Terroristas, que volvieron a atacar a las víctimas al no guardar el decoro correspondiente. No supieron enterrar el hacha de guerra y la empuñaron incluso en momentos de luto y recuerdo.

 

Personas sin escrúpulos, tanto los violentos de uno y otro bando, que no entiendo como no se emocionan en momentos como esos. Reviviendo el atentado de hace un año en la Rambla, se me ponía la piel de gallina mientras unas lágrimas se deslizaban por mis mejillas. Sufro con el dolor, me duele el sufrimiento. Como a mí, a cualquier persona de carne y hueso se estremece al reproducir de nuevo las escenas en las que los terroristas siegan la vida de las víctimas. Solo unos insensibles seres de plástico y sin cabeza, pueden permanecer intactos ante la conmemoración de las muertes de aquella gente inocente. Mártires que merecen respeto, héroes, que tienen que ser impermeables a cualquier tipo de tinte o disputa política.

 

La política no siempre vale. A veces, este arte debe quedar al margen. No se debe caer en el error, de cómo he dicho antes, mezclar churras con merinas. El ámbito emocional y conmemorativo debe aislarse de cualquier lazo, bandera o consigna partidista. Los muertos no son ni independentistas ni españolistas, son víctimas, almas, figuras de la paz.      

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