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RAFAEL SIMÓN GALLARDO
RAFAEL SIMÓN GALLARDO Jueves, 19 de Julio de 2018

Coged las rosas mientras podáis (y 15)

"Yo la veo caminar, por las nubes va

¿Donde andará?

Mariposa libre que sueña, que quiere ser

y no piensa en nada mas, solo en vivir.

Si estoy triste viene a mi, mil sonrisas trae,

las da porque si, y me dice;

esta bien, todo bien, estoy aquí y soy de ti,

Mariposa libre"

 

Sting

 

El invierno dio paso a la primavera. Las mariposas revoloteaban por la ciudad invadiendo los parques. Solo lo conseguían las más preparadas, las que podían moverse mejor y durante más tiempo, las que eran capaces de comer de todo y a pesar de esto, de forma tozuda, de marzo a septiembre, invadían Madrid.

 

Muchas de ellas, morían al viajar de un jardín a otro en búsqueda de alimentos determinados que el exceso de plantas ornamentales eran incapaces de producir, otras fallecían por volar sin agilidad, por no llegar tan lejos.

 

A la jinete, le fascinaba los colores de sus alas, pensaba que eran presagios de amor e incluso, personificaciones del alma. También le perseguía la idea de que cada mariposa, antes había sido una oruga, un gusano horrendo que vivía arrastrándose, un monstruo que desconocía su hermoso destino final. Para ser mariposa, antes hay que ser oruga, pensó la mujer sonriendo mientras aspiraba el aroma de la primavera.

 

Marta estaba boquiabierta disfrutando de los lepidópteros. Plantada en la Puerta del Sol, sobre el anagrama de Kilómetro cero, en la casilla de salida otra vez recordando los últimos acontecimientos.

 

Adriano y su hermano, permanecían sentados al lado de su madre callados, bien vestidos, con aire tristón los dos. A su lado, Marta, algo circunspecta, con un traje blanco suelto, ceñido bajo el pecho y de amplia falda miraba de vez en cuando hacia atrás esperando la llegada de Eugenia, el salón, estaba lleno de gente también esperando.

 

¿Quieres a Eugenia como esposa?

 

¿Quieres a Marta como esposa?

 

Si quiero dijeron las dos.

 

¿Y  os querréis en lo bueno y en lo malo, en la abundancia y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad hasta siempre, hasta que la muerte os separe?

 

Asistieron

 

¿Y por qué queréis esto?

 

Marta se dirigió a Eugenia:

 

Sobre este punto, he decidido expresarme sin vergüenza. ¿Qué es lo que haríais vosotros si la persona que sin duda alguna es vuestra media naranja comparte vuestro género?

 

Tras conocerte, me he desprendido de las pesadas e inútiles herramientas que suturaron en mi piel, he olvidado todo lo que me inculcaron hombres y mujeres sin compasión que desde niña me manipularon y he optado por el olvido como único remedio válido contra la locura y así, poder volar sin reparos, como mariposas, a tu lado y vencer juntas todas las leyes de los hombres y algunas de la física si hiciera falta.

 

Eugenia se dirigió a Marta;

 

Querida esposa, quiero estar contigo, me he dado cuenta que necesito aprender a recorrer todos los caminos, unos nuevos, desconocidos,  y otros viejos, ya transitados. En esta ocasión, en esta nueva oportunidad, no quiero hacerlo sola, estoy cansada de mi orfandad y de mi retiro. Contigo soy mujer y soy madre, algo que siempre pensé no conseguiría. Quiero transitar a tu lado, contigo de la mano, sin consejos, sin mapas ni indicaciones de bufones vestidos de profesores que no maestros. Quiero equivocarme contigo, quiero volar contigo, quiero morir contigo.

 

Entonces yo os declaro esposas, ya sois matrimonio.

 

¡¡Vivan las novias!! Se oyeron los gritos.

 

Todas las personas se levantaron en el salón, Adriano y su hermano también. Marta miró atrás y vio un féretro llevado sobre un carro con ruedas. Un ataúd sin cruz, en su lugar, un pequeño violín.

 

Empezó a sonar la 7º sinfonía de Ludwig van Beethoven. Mientras la escuchó, Eugenia, dentro del sarcófago transitaba por el pasillo central hacia el oficio de su ceremonia civil, su última actuación, su último concierto. Marta pensó que dentro de él, su esposa bailaba como hizo siempre, en el Club Allard, en el Berlín cabaret 1930 Bar, y en tantos otros sitios que habían compartido. Reconoció que la melodía era la misma que habían usado Mocedades en su canción "dieron las doce" que tanto le gustaba.

 

"Dieron las doce en su mirada con la alborada yo le dejé. El abrazado a su melodía yo a mi silencio pensando en él".

 

Mientras en su cerebro tatareaba la letra, Marta recordó cuando Eugenia había tenido su última recaída y se había negado a más quimioterapias, a más cirugías, a mas punciones de mierda, a más esperanzas vanas. Volvió a sentir como le  acompañó todos los días, durmió con ella, la aseó, le alimentó, la medicó, la veló,  a veces con sus hijos y otras sola.

 

"Era tan grande como su orgullo pero pequeño, tierno a la vez. Yo le temía por su grandeza pero adoraba su pequeñez".

 

Seguía recordando la canción mientras que su memoria seguía activa. Eugenia se consumió a gran velocidad, perdió peso, llegó un momento que solo tuvo una gran cabeza y un cuerpo alargado con extremidades de piel y huesos. Sus ojos almendrados que antes miraban la vida con ilusión, ahora expresaban miedo, que solo calmaba cuando estaban juntas. Y eso era lo que hacían todo el tiempo.

 

"Ese poeta sentado al piano, cuerpo encorvado, entré y lo vi, dice llamarse Ludwing Van Beethoven, dejadlo, el solo quiere escribir".

 

Eugenia se había puesto su peluca y el traje amarillo del concierto. Permanecía recostada en la cama sobre muchos almohadones de colores. Sonrió como pudo al ver a su pareja. Le indicó con la mirada que tenía dolor. La jinete había aprendido a poner la medicación pertinente que le indicaban en  la unidad domiciliaria médica.

 

Marta lo entendió, era la última tarde, el último acto, el final de la obra de la violonchelista y ella su público entregado.

 

Se sentó a su lado. Eugenia esbozó una sonrisa y se incorporó incrementando la velocidad del perfusor intravenoso. Los sedantes entraron en ella sin disimulo. El dolor cesó por completo, la respiración se hizo más pausada. La jinete oyó el ruido de la máquina y se abrazó a su pareja.

 

Te quiero, dijo Eugenia, te quiero, contestó Marta.

 

Pasó una hora hasta que notó la falta de tono en su compañera. Se separó de ella y comprobó que los ojos almendrados no expresaban nada, la recostó sobre la almohada, la besó y lloró en silencio.

 

"Dieron las doce en su mirada

Dieron las doce en su mirada"

 

Marta seguía sobre el kilometro cero, viendo a las mariposas, sintiéndose una de ellas, pensando en todo, en todos y sobre todo en Eugenia, su esposa, su vida.

 

Miró al Sol desde su casilla de salida, lo miró con rabia por estar sola, sin su compañía más preciada.

 

Decidió en ese mismo instante, guiada solo por su intuición, por su curiosidad recuperada y por su nueva sensibilidad, volver a sentir  la inquietud que había acallado tanto tiempo y conseguir desterrar el tedio, la desesperanza y el desasosiego. Con fuerza recuperada, cargar finalmente y por primera vez con su propio peso a solas, sin ayuda y poder al fin, levantar el vuelo y vencer la fuerza de la Gravedad.

 

Entonces sintió una mano invisible que como en su sueño, tiró de ella, la sacó del profundo y oscuro pozo y la elevó sobre Madrid, lleno de arterias, de ríos de gente viva que nunca miraban al cielo y transitaban con la tez baja. Marta pensó que los sueños se cumplen si te arriesgas a vivirlos. La jinete lo hizo y en ese instante, una mariposa, de hermosos colores amarillos y verdes y ojos almendrados la miró. Le pareció intuir también una sonrisa espléndida y arrebatadora en el insecto.

 

Marta suspiró y elevó su cara al Sol sonriendo tranquila.

 

Pero lo que pasó más tarde, eso fue otra historia distinta a la que termina hoy.

 

AGRADECIMIENTOS

 

A mi dura correctora y paciente esposa.

A Joaquín Núñez, director del periódico digital Alicante Press.

 

Quiero decir que todos los lugares que describo en la historia existen y que los personajes, de alguna manera también existen porque son el sumatorio de personas conocidas y de experiencias personales vividas.

 

Cada capítulo tiene un homenaje diferente a distintas cosas que me encantan; a la hípica, a los caballos, a los trenes que cuentan historias, a los metros y sus viajeros, a las mujeres valientes, al amor, al sexo y a todas sus combinaciones, a los moteles, al teatro, a la poesía, las canciones, el cine, al lujo y la sofisticación, a la arquitectura, a la gastronomía, a las razas no dominantes y a sus hermosos mestizajes, a la película Cabaret, a Bob Fosse, a las hermanas  Wachowski, a la danza, a la música, a Mozart, a Beethoven, a el Maestro del Prado de Javier Sierra, a Mocedades y a Sting.

 

Al violonchelo, único instrumento musical que para tocarlo bien hay que amarlo en todos los sentidos y abrirse de piernas mientras lo abrazas.

 

En particular quiero reconocer a la gente anónima que vive y sabe vivir, a los extraños, a las tribus, a los apartados, a los únicos y originales, los outlanders, a los mestizos de los que el mejor consejo que obtengo de todos ellos, es el de vivir con valentía.

 

También, gracias a Madrid que es capaz de amalgamarlo todo.

 

Finalmente agradecer también a quien haya tenido a bien leerme y compartir conmigo la pasión por la literatura. No hay escritor sin lector, no hay historias sin vida y no hay vida sin muerte.

 

Gracias a todos

 

* Rafael Simón Gallardo es médico y cuenta cuentos inveterado...

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