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RAFAEL SIMÓN GALLARDO
RAFAEL SIMÓN GALLARDO Domingo, 03 de Junio de 2018

Coged las rosas mientras podáis (9)

Que la vida iba en serio

uno lo empieza a comprender más tarde ­

como todos los jóvenes, yo vine

a llevarme la vida por delante.

 

Dejar huella quería

y marcharme entre aplausos ­

envejecer, morir, eran tan sólo

las dimensiones del teatro.

 

Pero ha pasado el tiempo

y la verdad desagradable asoma:

envejecer, morir,

es el único argumento de la obra.

 

Miguel Poveda

 

Marta salió de la platea del Teatro Real con los ojos rojos, había sido muy feliz pero a pesar de esto, la melancolía le inundaba. Se movía lentamente. Los aplausos seguían oyéndose, ella tuvo suficiente y necesitó huir de tantas emociones.

 

Se encontró rara, estimulada, sensitiva y precisó algo de calma y en su busca anduvo. Paseó por los salones del teatro, admiró la hermosa edificación que estaba vacía mientras el publico seguía ovacionando a Eugenia, la chelista valiente y la enferma irreverente que agradecía con una amplia sonrisa tanto cariño.

 

Subió a los pisos superiores, paseó por salones llenos de arte, de tapices, de estancias de colores dominantes; azul, verde, rojo, acompañados de espejos, alfombras de grandes círculos y cuadros, muchos cuadros de reyes, escudos y paisajes.

 

Se quedó quieta en uno de los  salones. Un extraño cuadro captó su atención. Las cosas más interesantes de la vida suelen suceder de noche, pensó la mujer, la oscuridad nos obliga a adaptar nuestros sentidos, los agudiza, argumentó.

 

El cuadro mostraba la Fuente de los Tritones en el Jardín de la Isla.

 

En la parte central del oleo, de forma dominante, una fuente blanca con base formada por tres tritones, con sus colas de pez, cada uno, en una mano una vasija sobre los hombros y en la otra un escudo hundido en el agua. Los dioses marinos rodeaban una columna en la que había unas mujeres y sobre estas, un vaso en forma de concha del que  surgían figuras humanas femeninas que servían de soporte a un segundo vaso donde se encontraba un niño. La fuente, estaba rodeada de un jardín de verdosos y alargados arboles sobre cielo azul y amarillo en pleno crepúsculo.

 

Marta pensó que era una alegoría, tenía algo que le recordaba a El Jardín de las Delicias; la fuerza del mar y sus dioses,  empujando a la mujer a culminar su único destino en la vida; los hijos. Tener hijos es un deber ineludible, un imperativo telúrico del que no se puede huir a cambio de dolor y sufrimiento y a la renuncia de otras cosas más importantes para la mujer como individuo.

 

Estaba perpleja, oyó una voz que le hablaba y salió del trance mientras apartaba la mirada del oleo.

 

- A mi también me gusta este cuadro, el original está en el Prado.-

 

Marta giró la cabeza y vio ante ella a una mujer, con un largo traje amarillo. Era la mismísima Eugenia Cantero.

 

- Cuando dejes de mirar la fuente, fíjate en mas cosas-

 

- ¿Más cosas?- repitió en tono incrédulo.

 

Marta pensó que era una casualidad pero una voz en su interior, le repetía que la casualidad no existe, todo pasaba por algo, todo tenía algún motivo.

 

- Fíjate- continuó la concertista- la fuente es un inmenso decorado, pero delante de ella, entre dos arboles laterales, como si fuera un proscenio, hay figuras, hay vida y lo importante y bello, es la vida, el teatro de vivir,  no la fuente, la fuente es solo el decorado.

 

- ¿Te conozco?- preguntó la jinete.

 

- Nos conocemos...-afirmó la mujer del traje limón y ojos almendrados-

 

- Lo importante es vivir, la vida- prosiguió-. Fíjate, a la izquierda del cuadro, se encuentra un señor tendiéndole una flor a una dama reclinada sobre el árbol en actitud receptiva, por el centro, una chica con un pesado fardo a cuestas. Detrás del árbol, a la izquierda hay otra mujer mirando la fuente ensimismada. En en centro, dos señoras están hablando acostadas en la hierva con un cesto lleno de flores. A la derecha del cuadro, hay dos hombres vigilando a todos, uno de ellos es un cura y el otro un guardia.

 

Marta, se iba fijando en los personajes que describía Eugenia y los iba reconociendo, no se había percatado de la existencia de ninguno de ellos.

 

- ¿Cuál de ellos eres tu? Preguntó la chelista.

 

- Soy la chica que mira la fuente-

 

- ¿Solo eres esa?- contestó Eugenia.

 

Marta asintió sin entender.

 

- Creo que eres todas ellas- continuó la artista- En tu vida, algún hombre te sedujo alguna vez, te regaló flores y te engañó seguro, después has trabajado duro, has cargado pesados fardos para todos menos para ti, más tarde estás sola mirando la fuente, lo hermoso, lo inalcanzable, el arte, el decorado, la fuente que en realidad solo es un engaño y te propone un único destino subliminal y peligroso; la maternidad como objetivo y ahora, estás sobre la yerba hablando con otra mujer rodeadas de flores, estás hablando conmigo-

 

Marta pensó que era cosa de brujas, parecía que Eugenia conocía todo de ella, se la quedó mirando a los ojos mientras sonreían y le preguntó:

 

- ¿Y los hombres?

 

- Los hombres están claros, el seductor, la ley y la religión que se alían para que sigas mirando la fuente porque te hicieron mucho daño antes y no quieren que sigas hablando conmigo y que seas libre por una vez.

 

Entonces la recordó, vio otra vez a la mujer que en la sala de espera de oncología le deseaba suerte con la mirada; era Eugenia.

 

- ¿Cenas conmigo?- concluyó la artista.

 

Y cenaron, pero lo que pasó más tarde en la cena fue otra historia.   

 

* Rafael Simón Gallardo es médico y cuenta cuentos inveterado...

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