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JORGE BRUGOS Martes, 20 de Febrero de 2018

La cruda realidad

Andreu, 24 años, barcelonés, recién graduado en Administración y Dirección de Empresas. Ha enviado centenares de currículum, pero ninguna empresa ve factible su contratación. Pese a ser bilingüe y hablar a la perfección el catalán y el castellano, ninguna compañía le ha llamado siquiera para hacerle una oferta o para conocer su disposición. Su segundo idioma, el catalán, es insuficiente para moverse en un mundo globalizado.

 

Porque pese a quien le pese, agárrense queridos nacionalistas, el catalán no sirve para nada más allá de las fronteras de los países catalanes, como les gusta a ustedes llamar a la zona valenciano parlante. Por mucho que se empeñen, la lengua que promocionan e intentan que fagocite al castellano, no tiene ninguna utilidad aparte de una mera “importancia” cultural o de arraigo. Creencias que intentan imponer a diestro y siniestro pese a que estas vayan contra los principios ideológicos de los ciudadanos. Como si no estuviéramos en España, nación en la que por desgracia para ellos sí que vivimos, plantean programas educativos que discriminan a la lengua castellana. Siendo Cataluña el ejemplo más claro, donde ocupan el espacio lectivo casi en su totalidad con asignaturas en catalán. Tan solo algunas materias como literatura castellana y los idiomas se salvan del adoctrinamiento. Aunque quien sabe, quizá más adelante implanten la asignatura de catalánglish, un inglés catalanizado… ¿Por qué de qué no han sido capaces los nacionalistas?

 

Independentistas o nacionalistas, aunque la línea entre declarar la independencia y la exaltación de la cultura regionalista es muy fina, fíjense en Urkullu y su nuevo plan Ibarretxe, que inmovilizados, viven obsesionados en imponer su lengua, su ideología y sus creencias. Ideario, que no se debe implantar, sino simplemente ofertar. Es evidente que no se pueden suprimir las lenguas regionales debido a su calado cultural y relevancia para conocer las raíces del lugar en donde uno vive, pero los ciudadanos que no pretendan conocer el valencianismo o catalanismo, no deben ser obligados a estudiarlo. Todo el que es forzado a realizar una conducta contraria a sus convicciones acaba aborreciendo todo lo tenga que ver con lo que se le ha coaccionado. Estudiantes, que, tras finalizar el instituto, ven en el valenciano, su odio más profundo, uno de los peores recuerdos de su etapa preuniversitaria. Solo los enamorados por la cultura del arraigo se sulfuran exaltados cuando oyen palabras en catalán.

 

Ya es hora de despertar, es momento para que la lengua catalana se valore como tal y su estima académica se adecue a la realidad. Una verdad que duele, pero que es eso, una evidencia. La cruda realidad que muchos no se atreven a decir, la confirmación de que el catalán carece de valor más allá del sentimental, y que por mucho que persistan, esta lengua solo tiene utilidad en la República Independiente de su casa.

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