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ENRIQUE VILA
ENRIQUE VILA Jueves, 20 de Octubre de 2016

Flotando en el viento

Cuando tenga un rato, que alguien me explique en qué mundo vivimos. Cincuenta, o menos, da igual, desaforados y cobardes energúmenos golpean salvaje e impunemente a dos guardias civiles y a sus parejas en un pueblo, ante la atónita y pasiva mirada de sus vecinos. Vamos, como las vacas ven pasar al tren. Consecuencia, un comunicado en el que, tras lamentar el incidente y desechar nombrar a los agresores hijos predilectos o darles las llaves de la ciudad, los representantes de la villa -los mismos que juran respetar y hacer respetar las leyes- se muestran preocupados y “molestos” (mandan huevos y huevas) por la masiva presencia de Guardias Civiles tras los incidentes. Literalmente, esto “no ayuda a crear un clima de convivencia”; firmado dos grupos políticos de cuyo nombre no quiero acordarme y otro que me habría gustado ahorrarme. Sospecho que el problema está en el concepto de convivencia de unos y otros.

 

Ominosos, abominables, silencios acompañan al hecho. Particularmente sonoro el de las compañeras de género de la esposa y novia que, dispuestas a entrar en erupción ante cualquier afrenta mínimamente sexista, agachan la cabeza y disimulan tarareando un tango.

 

Doce niños, como las uvas, los meses del año, los Apóstoles o las tribus de Israel -más parecidos a los Doce del Patíbulo a la espera de remake- golpean sin piedad a una niña de ocho años en el patio del colegio. Los responsables del centro escolar y de educación, con menos tino que un tuerto bizco, quitan importancia al hecho y echan balones fuera. Normal, ¿quién de pequeño no ha sufrido un desprendimiento de riñón, fisuras en las costillas, hematomas en la cabeza y diversas contusiones como bromas entre compañeros de cole? Lo que sea menos admitir la propia culpa. Mal endémico.

 

Cuatro indeseables desean la muerte de un pequeño, enfermo grave, por su sueño de ser torero y demuestran no sólo su mezquindad y altura moral, sino también la falta de riego sanguíneo cerebral. De niños todos hemos soñado con ser piratas, soldados, astronautas, agentes secretos, monjes Shaolín, hábiles espadachines, superhéroes, príncipes y principesas, y una lista de ilusiones ajenas a la esencia de esas, digamos, ocupaciones. Pero claro, para entenderlo es necesaria una pequeña dosis de empatía y cero gramos de odio. De lo primero carecen estos bobos desalmados, de lo segundo van sobrados y exportan.

 

Presidentes, Vicepresidentes y Altos Cargos, desfilan por la pasarela, antes del Palacio de Gobierno, ahora del Palacio de Justicia y lo que te rondaré morena. A los Chaves, Griñan, Camps, Olivas, Cotino, Munar, Matas y demás, se les aviva el seso y despierta la creatividad a la hora de explicar sus fechorías (presuntas). Eso sí, con la paz y sosiego correspondientes. El delito de prevaricación, es decir, utilizar el poder otorgado por el pueblo para joder al pueblo -no hay sinónimo posible- solo se castiga, varios lustros después, con inhabilitación para repetirlo. Las regañinas de mi abuelo daban mucho más miedo. Por lo menos les podían castigar a la cama y sin cenar, quitarles el móvil o prohibirles ver la tele. No sé, algo serio.

 

La pregunta sigue sin respuesta. Seguimos sin saber qué mundo vivimos. De seguir así cualquier día le dan el nobel de literatura a algún cantautor y nos aclara que la respuesta, amigo mío, está flotando en el viento, ese mismo al que pertenece la tierra según algunos.

 

*Enrique Vila es abogado. Fundador del despacho Romiel y Vila Abogados

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