Día Miércoles, 01 de Octubre de 2025
La vida de Sánchez

Vaya carajal que habéis montado los compañeros (y compañeras) del partido socialista; oye, que ni a propósito se puede hacer peor. Claro que tanta edición de Gran Hermano afecta a cualquiera, adormece las neuronas de quien aún las conservara y pasa factura. Son tantos los parecidos con la peli de Monty Phyton que os podrían acusar de plagio. ¡Ojo! No confundir con Full Monty, aunque allí también acaben al aire todas las vergüenzas del grupo frente a la enfervorizada audiencia.
Me refiero a “La Vida de Brian”. Irrepetible, con permiso de los mononeuronales genios de Jolibud que en lugar de idear nuevas historias destrozan antiguas, y si no que se lo digan a Yul Brynner, Steve McQueen, Charles Bronson, James Coburn, Robert Vaughn, Horst Buchhol y Brad Dexter, sustituidos y desbancados para las presentes generaciones de sus siete magníficos tronos en la historia del cine. O a Charlton Heston (Judah Ben Hur) y su hermano el tribuno Messala. Algún día bucearán en nuestro glorioso pasado lleno de inagotables hazañas por contar y quedarán ojipláticos del tiempo perdido en innecesarios y perniciosos remakes. Pero esa es otra historia y, como siempre, me saca de la carretera.
Ver a la Presidenta del Cómite Federal del PSOE discutir con el Presidente de la Comisión de Garantías del PSOE o con la Ejecutiva Federal, sobre quién tiene las llaves del partido (el conserje claro), inevitablemente traslada a aquellas escenas en que el Frente Popular de Judea discutía con el Frente Judaico Popular sobre su legítima representación del pueblo y, no alcanzando acuerdo, lo resolvían a cuchilladas matándose entre sí ante la mirada atónita de los malvados Romanos. Eso sí, con una sutil diferencia, a Brian se le confundió con el Mesías sin que lo quisiera, de hecho intenta apartar de sí ese cáliz que le persigue cansino y tenaz; mientras que a Sánchez le han dicho una y mil veces que NO, que no lo es, y entiende lo que quiere. Oye lo que quiere oír. Dislexia narciso-cognitiva severa y terminal, ha sido el diagnóstico. No tiene cura, sólo paliativos.
Recostado en su diván, el gobernador (en funciones) de Judea, Marianus Magnifficus, contempla la fratricida lucha con desgana, entretenido en encestar huesos de uva en bandeja de plata, flanqueado por Soraius y Feijus, prefectos pretorianos. Al fondo de la sala, un poco separado y solo, el legado Cayo Riverus cavila en silencio, ceño fruncido y cabizbajo, sobre la última campaña. Sus legiones han sido barridas por las hordas del norte del territorio, allí no se gastan bromas con las cosas de comer. Una mueca imperceptible se marca en la cara del gobernador al pasar la vista de soslayo sobre un papiro titulado “El arte de estarse quieto”.
Como Brian, Sánchez es cargado con una cruz no destinada que se amolda a su costado y encaja a la perfección. Carga con ella en procesión por los medios mientras que partidarios le secan el sudor y detractores le escupen a la cara. Su destino el Monte Ferraz, donde será liberado o no de su carga. Subido a una cruz, para él no prevista pero ganada a pulso, contempla desde una perspectiva mayor los acontecimientos: por fin y desde allí se le aclaran las ideas y, exhausto, se rinde a la voluntad del creador, Filipus Maximus.
Maldito número cabalístico, malditos siete. No los magníficos antes mencionados ni sus pequeñas sustitutas y difuminadas sombras. Ni siquiera los siete días de la semana de pasión finalizada. Malditos siete escaños, siete votos, siete disidentes, siete comerciantes desalojados de Iglesias transmutadas en mercados mediáticos. Maldito destino y tiempo.
La lanza andalusí de Longino, Susi Longino, penetra en su costado mientras exhala un último aliento sabedor que de esta no sale, ni dentro de tres ni de trescientos días. Se acabó lo que se daba, tanta pelea para acabar cayendo tan cerca pero tan lejos de la meta.
* Enrique Vila es abogado. Fundador del despacho Romiel y Vila Abogados
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