Día Domingo, 07 de Diciembre de 2025
Ola de calor e 'invasiones' nórdicas
Los aficionados a “Castle” pensarán que me apropio del título de una de sus novelas. Nada más alejado de la realidad, ¡no nos hace puñetera falta!, tenemos la propia este año y, además, nada que envidiar de su espectacular Nicky Heat (Stana Katic), por primera vez vista en la última escena de “Skyfall” a punto de ser seducida por el malvado de la peli cuando Bond, James Bond, tras haber ingerido varios Martini con vodka (mezclados no agitados), aparece milagrosamente para salvarla. Tenemos miles que podrían ocupar y mejorar su puesto.
Me refiero al insoportable y húmedo bochorno que nos invade, agota, adormece, atonta y fustiga. Ese calor que hace que estemos más abobados de lo normal aunque parezca imposible. Que hace que asuntos que en mayo (antes del 24) resultaban claros y diáfanos, ahora y sólo por la elevación de la temperatura cerebral, se hayan dado la vuelta y aparezcan más difusos y confusos que la alfombra “Rörholt” o que la mesa “Läckö”, incluidas sus instrucciones de montaje.
Gracias a Odín todo tiene una explicación lógica y plausible. Los malvados dioses nórdicos, envidiosos de nuestra cultura, costumbres y clima llevan estudiando la forma de invadir y trasladarse al sur desde tiempos lejanos. Lo intentaron Suevos, Vándalos y Alanos por la fuerza, allá por el siglo V d.C. (memorias de Jordi Hurtado, programa XXVIII, libro de Historia 1º ESO de 2.013 capítulo 43, 2.014.- nueva edición revisada capítulo 25 y 2.015.- novísima edición definitiva por ahora, capítulo 75). Después de un largo período de reflexión volvieron a la carga en los años 60-70, mediante un mucho más sofisticado método de invasión, enviando doradas Valkirias humanizadas que nublaron la mente del reprimido católico apostólico español medio, período del que guardamos interesantísimos documentos gráficos gracias a Landa, López Vázquez y otros dignos de su propio análisis. Me comprometo en otro momento, porque eso, eso es otra historia. Y ahora, visto que sus taimadas estrategias no han dado el fruto deseado, nos arrojan cual aliento de dragón, la calina opiácea previa a ocupar nuestras viviendas y cambiar nuestra cultura desde dentro mediante la invasión de los ultramuebles.
Strandmon, tarva, kanoppar y hurdval Mañana por la mañana, cuando nos despertemos nuestro querido sillón orejero, que tan buenas siestas delante del televisor nos ha dado, pasará a ser un “strandmon”, nuestra cómoda de la habitación será “tarva”, el sofá “kanoppar”, la cama “hurdval” y el aparador (¡qué bonito nombre para un mueble!), algo impronunciable en ese tetris doméstico que pasarán a ser nuestros hogares. Esta tarde me ha parecido ver llorar a la mesa de comedor mientras las sillas de su alrededor se inclinaban hacia ella en un sentido y resignado abrazo de despedida. En la cocina cada vez faltan más utensilios tradicionales y sospecho que, no conformes con su suerte, han huido despavoridas la espumadera, el colador y varias sartenes.
Pero peor suerte ha corrido la batidora, a la que localicé con un cuchillo de cerámica junto a su brazo y varias muescas en él. Al lado, la Termomix, indiferente a todo esto (no en vano es relativamente nuevo) parece mirar hacia otro lado y se ha ganado la enemistad de cubiertos, manteles y tarros de especias varios que le niegan el saludo. Un florero se ha arrojado desde lo alto de una “Billy” y ha acabado con su triste existencia. No estoy seguro de que haya sido voluntario, pues no ha dejado nota alguna y hay un balón “solür” cerca que me hace sospechar tarricidio intencionado pero no tengo pruebas para deshincharlo y, además, me da miedo hacerlo. Llora inconsolable el marco de foto, que al parecer mantenía una relación duradera con él y a los que se vio el 18 de julio contentos y ligeros de indumentaria.
Ese mismo día, el tradicional escudo heráldico de la entrada también celebró algo, pero en otro sentido, sin que entre ellos hubiera fricción o tensión alguna, pues en casa todos se han respetado siempre y más aún ahora que ven su final tan cerca. Y la verdad es que no sé qué hacer, pues lo que siempre ha sido una balsa de aceite de armonía hogareña se ha transformado en dos bandos opuestos que se odian a muerte sin bisagra que incline la balanza u “ördning”. Los nuevos, más fríos y cerebrales, se encargan de señalar la inutilidad de los tradicionales amenazando con que, cuando tomen el control, van a cambiar todo lo que recuerde a ellos, renombrando estancias y pasillos de acceso e incluso tienen un proyecto de web para señalar directrices de comportamiento y modos de actuar correctos y ortodoxos. Los antiguos, se defienden diciendo que con ellos todo ha ido bien y que lo que funciona no debe modificarse por muy vistoso y atractivo que pueda parecer el cambio.
Espejismos temporales los califican, revisores de la historia. El ala radical ha formado un comando, el “Gamba Army”, que se dedica a sustraer un pequeño tornillo de cada caja que aparece en casa inutilizando el conjunto. Lo que no han tenido en cuenta, ni unos ni otros, es que en mi casa vivo yo y a quien están tocando los pelendengues con tanta mamandurria, moderna o tradicional, es a mí y a los míos que ya no sabemos casi donde estamos. Si diciendo hoy digo y mañana Diego, piensan que me voy a fiar de ellos van muy equivocados, haga calor africano o frío nórdico. Todo será que me rebele finalmente y decida vivir sin muebles, sentado en el suelo y cocinando en una hoguera que a todo se hace uno si le dan el tiempo suficiente.
*Enrique Vila es abogado y fundador del despacho Romiel y Vila Abogados.


















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