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JUAN ANTONIO LÓPEZ LUQUE Lunes, 23 de Marzo de 2020 1

El virus somos nosotros

Acabo de coger una cerveza de la nevera en este séptimo día de confinamiento por el coronavirus y me apetece contarles una historia. Igual les suena porque me parece que ya hablé de ello una vez. Aunque ahora es mucho más necesario que nunca, ya verán. Es una historia terrible, en una época terrible y que tuvo consecuencias… bueno, pónganse cómodos.

 

Es el año 1347. La ciudad de Caffa, en la península de Crimea en el Mar Negro, está siendo sitiada por los mongoles. Caffa es un enclave comercial genovés (Italia todavía no existe) y los mongoles la quieren conquistar. Llevan ya mucho tiempo intentando doblegarla pero nada, no hay manera. Un día los atacantes se cansan y deciden desmontar el campamento y largarse, aburridos ya de tanto batallar y no conseguir nada. Pero antes de ello deciden utilizar un método de ataque bastante asqueroso: catapultar a sus muertos dentro de la ciudad. No a todos los muertos sino a los que morían de una extraña y terrible enfermedad que los mongoles trajeron, casualmente, de China.

 

Los comerciantes genoveses, sin saberlo, llevaron la enfermedad… a lo que hoy es Italia. La gente empezó a enfermar, primero en los puertos, en las aldeas y después rápidamente, en las ciudades. En esta época el comercio se realizaba por tierra y por mar y en menos de tres meses la enfermedad se había extendido a toda Europa.

 

La gente no sabía por qué se producía. La Iglesia (que lo era todo en esa época) no sabía qué hacer. Parecía el fin del mundo. Era obvio para ellos que Dios estaba enojado ¿Quién tenía la culpa? Al principio, como siempre, se acusó a los judíos de envenenar pozos. Hala, a matar judíos, niños, mujeres, ancianos, daba igual. También a peregrinos, extranjeros, etc.

 

Esta semana pasada (que también estará en los libros de historia) he visto a la gente acusar a los comerciantes chinos, a los ingleses de vacaciones e, incluso, al gobierno de España, de ser los culpables de la expansión del virus. No nos equivoquemos, descerebrados ha habido, hay y habrá siempre, y muchos. No hay mucha diferencia entre el hombre medieval que culpaba a los judíos y el cazurro actual que culpa al gobierno o a los comerciantes chinos. La ignorancia es atrevida y la culpa siempre es del otro.

 

No había una cura pera la peste negra. La mortalidad era espeluznante: ancianos, niños, jóvenes, reyes (Alfonso XI de Castilla la palmó, por ejemplo), curas, mendigos, todos podían caer enfermos. El porcentaje de muertes era increíblemente alto. Se calcula que en 4 o 5 años murieron entre 25 y 50 millones de personas, solo en Europa. Entre el 30% y el 60% de la población. No hay una cura (todavía) para el COVID19 y aunque su mortalidad es de risa comparada con la peste negra, a nuestra sociedad acomodada y feliz le ha pillado por sorpresa y nos ha bajado del pedestal. Como decía alguien esta semana, éramos felices y no lo sabíamos.

 

Pero el final de esta historia no es terrible ni triste. La peste negra dio paso a una sociedad distinta, menos obsesionada con el más allá y más interesada en el mundo terrenal y en el ser humano. Dios seguía siendo eso, dios, pero ahora estar vivo no estaba tan mal. El mundo no solo era un valle de lágrimas a la espera del paraíso; el mundo, creación suprema de dios, era una maravilla a disfrutar. Era el final de la edad media. Es lo que se llamó el Renacimiento: Da Vinci, Miguel Ángel, Boticcelli, Rafael, Juan de Herrera, Durero, todos ellos son hijos de la sociedad que nació tras la peste negra.

 

Por lo tanto, queridos y confinados compatriotas, no desesperemos. Al fin y al cabo, el coronavirus este de los cojones no es como la peste negra. La inmensa mayoría de nosotros vamos a sobrevivir. Y aunque las consecuencias económicas y sociales van a durar mucho tiempo, esperemos que de este susto mundial nazca, no digo ya un Renacimiento, que eso es imposible, pero sí una sociedad un pelín mejor.

 

Aunque conociéndonos, lo dudo mucho. Cuando acabe esto seguiremos tirándonos los trastos a la cabeza, insultando al que piensa diferente y deseando que al vecino se lo hubiera cargado la pandemia.

 

Al fin y al cabo, el virus somos nosotros.

 

Comentarios (1)
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  • EvaM

    EvaM | Miércoles, 25 de Marzo de 2020 a las 16:04:30 horas

    Gracias por compartir estos textos, como casi siempre, me encanta lo que haces. Espero que hayas salido del ascensor!

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