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JORGE BRUGOS Viernes, 05 de Abril de 2019

Esquizofrenia política

En una ocasión, un periodista acostumbrado a codearse con los políticos del panorama internacional, afirmó con rotundidad y sin dejar entrever el mínimo atisbo de duda en su ceño, que los dirigentes habían evolucionado con el paso del tiempo volviéndose más distantes e inseguros. Los néctares del poder, -no me refiero a los gin-tonics tirados de precio del Congreso-, parecen inducir a los que los beben en una realidad paralela en la que habían coexistido antes de alcanzar la poltrona. Ese sillón, que es capaz de consumir almas trasformando sus opiniones con tal de perpetuar sus traseros en él.

 

En los últimos tiempos, -los psiquiatras deberían de estar alarmados-, la política está siendo el detonante de que muchas personas enfermen de una esquizofrenia sebera. Demencia, que nace, de la conquista del poder. Gentes que pensaban una cosa antes de ostentar un cargo, ahora razonan lo contrario. Los sujetos se multiplican por doquier, se expande la epidemia de manera alarmante. El primer infectado, -o al menos en el paciente donde más se evidenció la patología-, fue Pedro Sánchez. El Presidente del Gobierno, empezó siendo una persona leal a la Constitución cuando estaba en la oposición, constató por activo y por pasivo que la aplicación del 155 se debía llevar a cabo sin titubear y que los políticos presos habían cometido un delito de rebelión. Cuando pisó la Moncloa y cambió el colchón de su aposento, todo evolucionó. Ya no creía en el delito de rebelión. Así lo dictaminó la vicepresidenta del Gobierno Carmen Calvo, que aseguró, para perplejo de España, que a diferencia del Pedro Sánchez líder de la oposición, el jefe del Ejecutivo no contemplaba aquel delito en los enjuiciados del procés. Dos personas distintas, en una unidad.

 

El otro día, cuando Inés Arrimadas recriminó en el Parlament de Cataluña a Quim Torra por los calificativos escritos en sus columnas, el vicepresidente del Parlament, Josep Costa, censuró a la líder de la oposición al asegurar que dichos insultos no habían sido plasmados por el President de la Generalitat, sino por Quim Torra, cuando todavía no era jefe del ejecutivo catalán. La epidemia estaba avanzando, el foco que se había detectado en Madrid se había desarrollado en Cataluña. Es lo que tiene tanto compadreo… En Pedralbes, Pedro Sánchez contagió a Torra con su esquizofrenia política. Dolencia, que al igual que la camarilla ministerial del Presidente del Gobierno, el sequito de Torra intenta mostrar con aparente normalidad. Maritxell Borras, candidata del partido de Puigdemont, -cambia tanto de nombre que ni recuerdo como se llaman ahora sus siglas-, al Congreso de los Diputados, compartió la tesis de su colega Costa al aludir los insultos xenófobos que escribió Torra cuando de nuevo Arrimadas los reseñó en el debate organizado por La Vanguardia. “Esos adjetivos fueron dichos cuando todavía no era President de la Generalitat”, dijo. Se quedó tan pancha. En lugar de tratar la esquizofrenia política, pretenden hacerla normal como si el hecho de estar en el poder o alcanzar los objetivos marcados justificara el trastorno mental que transforma las ideas.

 

“Si no te gustan mis principios, tengo otros”. Es como si Groucho Marx, hubiera sido el primero en detectar esta esquizofrenia política que asola la existencia. Patología que afecta a distintos perfiles políticos, no solo a Quim Torra o al Doctor Sánchez, sino también a algunos, con nombre de menos relumbrón, que por la obsesión de alcanzar puestos de relevancia que les faciliten alcanzar un cargo, son capaces de cambiar de siglas y poner a parir a las que defendían hace apenas una semana. Víctimas de la esquizofrenia, olvidan a las personas que les apoyaron dándoles la espalda, y subiéndose a otro barco para cargar contra esos mismos que les dieron la oportunidad. Hasta a Jesucristo le escupieron los ciegos a los que había devuelto la vista… Cegados y habitantes de una realidad a la que les ha trasladado la esquizofrenia, reniegan de las tesis que tanto habían apoyado fanáticamente para abrazarse a los que no hacen más que tumbar los ideales que en su anterior vida, en la que no estaba infectada por la patología, habían abanderado. 

 

Todo cambia, nada permanece.   

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