La izquierda hipócrita

Estoy preocupado. Asustado por la polarización de nuestra sociedad. Mundo dividido en dos en el que parecen no tener cabida los términos medios, el sentido común. Obcecados por el apasionamiento, el odio, el rencor y la mentira. El que no comparte una de las tesis dominantes se le sitúa en uno de los extremos en contra de su voluntad y sin que este pueda articular palabra en su defensa. Si cuelgas la bandera de España en el balcón y gritas vivas alabando a nuestro país, eres un facha. La izquierda acomplejada de su bandera, esa enseña que aceptó religiosamente Santiago Carrillo, señala a todo aquel que da gracias por vivir en España.
Nuestra patria, ese Estado democrático de derecho al que algunos como Willy Toledo y Pablo Iglesias les gustaría que fuera una República Bolivariana al estilo de Venezuela. Esa izquierda descerebrada, que reniega de sus raíces y que tilda de traidores a aquellos que enarbolen al patriotismo o se sientan orgullosos de nuestra nación. Felipe González, facha. Alfonso Guerra, facha. Manuel Valls, fascista. El progresismo atolondrado al que le entran sarpullidos al hablar de la grandeza de nuestro país y de sus valores. Me acuerdo cuando hablando con un buen amigo, el que fuera mi profesor de Teoría del Derecho, al sorprenderme sobre su patriotismo, me dijo sin pelos en la lengua, que él, era de izquierdas, no gilipollas. Otro crítico con la deriva avergonzada del progresismo en nuestro país. Otro facha, como dirían algunos. Sin quererlo ni beberlo, sitúan en el extremo del tablero a los que muestran un mínimo atisbo de patriotismo. ¿Llevas una bandera de España? Eres un facha, un radical, un extremista. No me quiero imaginar la sensación de estupor de todos estos cuando en Francia, Gran Bretaña o Estados Unidos, sus ciudadanos hondean y cuelgan de sus balcones las enseñas de sus países. ¡Cuánto fascista! Dirán.
Justo en el momento que escribo esta columna, suena el tono de notificaciones de mi móvil. Dos comentarios en dos publicaciones de mi Instagram. Un individuo me insulta a través de esta red social utilizando los comentarios de las publicaciones como canal. “Ahora solo te falta comprensión lectora”, dice en una estampa en la que se me ve sosteniendo un libro mientras leo con atención.
He creído conveniente reseñar ese breve acontecimiento durante mi mañana porque refleja a la perfección la hipocresía y prepotencia del radicalismo en nuestro país. Vanidosos ellos, se creen los más inteligentes, los únicos poseedores de la razón. Los demás estamos equivocados, ellos son los que tienen la verdad absoluta. Si te llaman facha y radical, lo eres, por sus santas narices. Ellos nunca se equivocan, siempre tienen la certeza. Aunque sean los susodichos los que insulten y amenacen, el resto son los radicales. Esos que en el acto de España Ciudadana celebrado en Alsasua iban caminando pacíficamente por el pueblo mientras cientos de radicales les insultaban e incluso agredían eran los extremistas. Son fascistas por llevar banderas de España. Los agresores, los que tiraban piedras a Albert Rivera, sin embargo, son españoles ejerciendo su derecho de manifestación. Todo lo que haga la izquierda, está bien. Que Nicolás Maduro tiene inmersa a Venezuela en la pobreza más absoluta, tiene que ser bueno. Al menos comen tres veces al día, dice Errejón. Ilusos, se creen dueños del monopolio de la moralidad. Movidos por la superioridad moral de la izquierda, ven a todo aquel que no comparte sus ideales como un enemigo, como un rival.
Mientras que los limites en cuanto a sus actitudes parecen no existir, con los que no comulgan esas líneas rojas se acrecientan de manera sustancial. Ellos pueden arrojar piedras a diestro y siniestro o tirar a un hombre por las escaleras por llevar la bandera de España, pero los demás no podemos quitar lazos amarillos porque aumenta la crispación. ¿Es que acaso cuando se despoja a una valla de un lazo amarillo un independentista muere? No. Al contrario que las piedras, las cuales sí que son un objeto criminal, recuerden que David mató a Goliat con una honda y una piedra, quitar lazos amarillos no atenta contra la integridad de nadie.
Ya vale de hipocresías, de falacias, de ir de demócratas cuando son los primeros que apoyan a dictaduras como la de Maduro o de ir como pacíficos mientras se hacen fotos con Otegui e invitan a un acto de su cuerda a terroristas y asesinos. Dejen de tomar el pelo a la gente. Es hora de que se quiten la careta, de que seas sinceros y reconozcan sus pecados para redimirse.

















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