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RAFAEL SIMÓN GALLARDO
RAFAEL SIMÓN GALLARDO Lunes, 30 de Abril de 2018

Coged las rosas mientras podáis (5)

"Es más fácil quedar bien como amante que como marido; porque es más fácil ser oportuno e ingenioso de vez en cuando que todos los días"

 

Honoré de Balzac

 

Ella dudó de sus intenciones, pero de lo que no tenía duda era de lo que huía, de lo que debía finiquitar con rapidez. Allí estaba su compañero después de una larga espera, le dijo si a todo, sin condiciones, con sumisión. Marta sintió lastima al verificar su ventaja, su superioridad sobre el hombre. Se lo pidió sin vergüenza alguna.

 

Desde que se divorció, su compañero, se le acercaba con mucho mas interés, desmesurado, bastante nervioso como si el tiempo fuera un problema, como si temiera que otro se la pudiera arrebatar, antes Marta era inalcanzable para él, después, supo que por fin era un objetivo posible.

 

Marta, se dejó engatusar de forma totalmente consciente, retiró la cerradura de 1.000 claves que impedía el acceso y abrió sus puertas decidida. La mujer hizo un poco de teatro pero consideró que era preciso para llegar a buen puerto. Además, en eso consistía el ritual de apareamiento.

 

Su compañero no tardó nada en responder. Quedar juntos por fin, una cita, poder hacer lo que tanto deseaba, mostrarle a esa descomunal hembra lo que había soñado en sus húmedas, solitarias y onánicas noches. El hombre sabía que no lo había conseguido por sus medios, Marta, no había caído rendida en sus redes por sus encantos. Era consciente que simplemente, la oportunidad le benefició, era el momento justo. El divorcio de Marta, le favorecía. Le daba igual que nunca más sucediera, lo importante era que pasara por fin aunque solo fuera por una vez.

 

Al ver al hombre tan desarmado ante ella, Marta pensó que era un monstruo, una mala mujer con mayúsculas, no le pareció bien haber manipulado tan eficazmente a su compañero. Intuyó el poco mérito que tenía lo que había provocado y fue consciente del futuro incierto que tendría esa relación. Pero le dio igual, le dio lo mismo, era lo que había, lo que tenía al alcance de su mano. El deseo de enterrar a su exmarido era tan intenso como para sopesar, a estas alturas, demorarlo por consideraciones morales.

 

Lo primero es lo primero, no era por amor, era por desamor. Los dos lo sabían.

 

El permaneció en el motel, sobre la cama, le mandó el número de la habitación por whatsapp como planearon. Llevaba 2 horas esperando, Abrió muchas veces la puerta, para mirar el acceso del aparcamiento y al no verla, se desesperó más. "Nada, No llega, nunca llega, ¿y si no viene?" Pensó agobiado. Se tumbó sobre la cama nervioso, oyendo los latidos desbocados de su corazón y creyendo que olía el perfume de la mujer que deseaba.

 

Oyó unos tímidos golpes de nudillos, escuchó la voz de Marta diciendo su nombre con un susurro. Se levantó atolondrado, paró ante la puerta, resopló y abrió el pórtico.

 

Vio a la mujer de sus sueños, plantada ante él. Fueron unos segundos interminables, se miraron y se observaron mutuamente.

 

Ella avanzó decidida hacia el hombre. Espalda erguida, expresión de fuerza y decisión, pasos concretos y precisos guiados al ritmo de sus caderas, que Mujer tan grandiosa pensó el hombre. El disfrutó con su imagen, su ropa, su camiseta blanca y sus entallados Levis Strauss 501 que le permitían adivinar su cuerpo, todo el potencial de la mujer deseada y nunca antes conocida.

 

Marta era de apariencia débil, endeble, piel muy blanca, firme y delgada. A pesar de su edad, de haber sido madre, de su matrimonio, de su enfermedad, le pareció una adolescente resuelta. "Es tan frágil, pensó, que podría dominarla con un gesto y poseerla", después, fue consciente de lo estúpido que era, en esa relación, ella era la fuerte, la dominante. Él, el sumiso, el necesario para los intereses femeninos. El hombre supo entonces que Marta, con un solo movimiento de pestañas, con un giro de cuello, con un susurro de voz, con apretar un poco más los muslos, le hundiría seguro en la miseria.

 

El era un guerrero vencido antes de la batalla, ella era una hechicera fantástica que demostraba su poder y su magia en cada instante, en cada movimiento, en cada palabra dicha y en los soberbios silencios que provocaba.

 

Entró por fin en la habitación, el retrocedió observándola y sonriendo atontado hasta llegar al borde de la gran cama. Marta lo empujó y el cayó sentado en el lecho, ella se colocó ante él, a un centímetro, obstaculizando su huida. El la miró cortés, al fondo de la estancia, un gran espejo, le mostró la imagen de Marta por la espalda, el estrecho cuello, su dorso enfundado en la blanca camiseta, sus largas piernas embutidas en los estrechos vaqueros.

 

— Por fin estás aquí. Te tengo donde te quería tener desde siempre. — dijo como pudo el hombre.

 

—Me he decidido a empezar lo que tanto deseas, lo necesito y te pido que seas amable conmigo.

 

Él notó por primera vez, nerviosismo en la voz de la mujer, debajo del tono enérgico que quería aparentar Marta, de forma sutil, percibió miedo. "La hechicera tiene tanto miedo como yo", pensó el guerrero.

 

Eran dos adultos que buscan lo mismo por motivos diferentes. Él la quiere o cree quererla, ella lo necesita y no lo quiere. Todo da igual. Está sucediendo para los dos, no hay que pensar tanto y ambos decidieron dejarse llevar por el torrente que fluía entre ellos.

 

—Te deseo —Le dijo el hombre y percibió que ella reaccionaba de un modo inesperado, sus palabras provocaron un escalofrío en el delicioso cuerpo femenino. La vio dudar por primera vez en la vida, la idolatrada mujer es de carne y hueso, concluyó. Estaba bajando del pedestal para finalmente humanizarse y unirse a él.

 

El se levantó ante ella, la besó tiernamente y con delicadeza, apartó la camiseta mientras ella complaciente levantó sus brazos que fueron seguidos por sus pechos vestidos con su mejor sostén. Marta sonrió sin miedo. Con mirada retadora, abrió el broche delantero de su sujetador, antes de quitárselo del todo, se fijó en el hombre, detectó lo interesado que estaba en ella, le sonrió picarona y terminó la apertura.

 

La besó con más pasión, la abrazó, ella también le acarició. Se fundieron en un abrazo caliente, lento y pormenorizado donde comprobaron que todo encajaba en su predestinado destino. Sin secretos y sin vergüenza, disfrutaron esa luminosa mañana, en la pequeña habitación de motel, en la extraña cama complaciente, pero lo que pasó después, lo que sucedió en esa habitación fue otra historia...

 

* Rafael Simón Gallardo es médico y cuenta cuentos inveterado...

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