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RAFAEL SIMÓN GALLARDO
RAFAEL SIMÓN GALLARDO Miércoles, 18 de Abril de 2018

Coged las rosas mientras podáis (1)

Oigan ustedes, Walt Witman dijo lo siguiente; "Coged las rosas mientras podáis, veloz el tiempo vuela, la misma flor que hoy admiráis, mañana estará muerta".

 

Les voy a contar la historia de una mujer valiente; Marta. La dedico a todas las mujeres valientes que nos rodean y superviven a pesar nuestro.

 

No vale la pena luchar contra los elementos. La meteorología no entiende de sentimientos. Los rayos, arrasan por donde pasan. Así pensaba ella; Marta, mujer en edad intermedia, indeterminada, ya sin inocencia, con tiempo y experiencia e inteligencia, sensible y en crisis total, en revisión completa.

 

"No se puede estar indefinidamente dando y dando y ayudando sin recibir nada nunca. No es bueno dedicarte a las personas que amas y olvidarte de una misma. No se debe perder el amor propio en una relación y cambiarlo por el amor a los otros. La gratitud a uno mismo es fundamental para continuar viva y no se puede perder la autoestima ante la ignorancia de los demás". Así pensaba desde hace tiempo pero no se había atrevido a explicitarlo.

 

Hasta hace poco, moriría y mataría por su marido y sus hijos, les estaba entregando una parte importante de su alma y últimamente sabía con seguridad que ellos no harían lo mismo con ella, además, no percibían su dolor, su sacrificio durante cada y todos los días.

 

Estaba especialmente enfadada con su  esposo, porque los niños, eran otra cosa, eran su propia sangre, no pidieron venir a este mundo, sin embargo, su marido, era su decisión y ahora sabía que no era la decisión acertada.

 

Marta había perdido el aprecio por sí misma, su propia  parcela, personal e intransferible. Estaba descuidada, abandonada, envejecida por adelantado o así se veía. Se consumía y su miedo era degradarse sin solución.  Todo el tiempo era para sus hijos y su esposo. Nadie le agradecía nada y esto la sumía en la solitaria oscuridad del hastío, de la renuncia constante a ella misma y de todo lo que le había interesado en el pasado.

 

¿Cuánto tiempo hace que no hago algo sola y que me guste a mí nada más?

 

Muchas noches soñaba que volvía a montar a caballo, que saltaba las vallas con la destreza de antaño.

 

Lo obvio se fue manifestando, comprobó con pena que su familia, nunca le reconocerían y por supuesto, nunca le agradecerían su sacrificio. Seguir manteniendo esta situación era de necios y ella no era estúpida, podía ser buena, paciente, abnegada y sacrificada. Esposa y madre, trabajadora perfecta pero no imbécil, imbécil no era.

 

Esa mañana se levantó decidida. La ducha fue más larga que de costumbre, tenía la piel más sensible. Se aseo lentamente y con minuciosidad. Al secarse mientras se miraba al espejo desnuda, se vio más guapa. No era vieja todavía por suerte. Su cara enmarcó una mueca de risa y terminó, le dieron ganas de cantar pero no lo hizo, ya lo haría más tarde seguro.

 

Ya fuera de casa estaba decidida, las cosas tenían que cambiar y ella las iba a cambiar. Escribió un WhatsApp a su marido; "Me voy fuera unos días, no preguntes, encárgate de los niños. Voy a apagar el teléfono. Hablamos cuando regrese".

 

Condujo el coche con seguridad y sin prisas, la ventanilla abierta dejaba paso a la  brisa revoltosa que jugaba con su cara. Reconocía el camino que tantas veces había hecho de joven, cuando iba a entrenar equitación para competir, había sido campeona de salto.

 

La ciudad se terminó y todo cambió a árboles, flores, verde limpio y real. Los aromas se colaban por la ventanilla insuflando vitalidad en la conductora. Ella respiraba con pausas. Algún suspiro interrumpía su ritmo.

 

En ese momento tuvo claro no centrar su vida en su familia. Apostar por el pasado había sido perdedor. El futuro incierto era más atractivo. "Todo es transitorio, tengo una vida que pasa entre mis manos y se cuela entre los dedos como el agua. No la puedo detener y no la estoy viviendo". Oía en su cabeza sus propios consejos; "Paso la mayoría del tiempo deseando que lleguen situaciones que cambien mi vida y nunca pasa, hoy sé que los golpes de timón, los tengo que dar  yo".

 

Entonces sintió que sus ojos se abrían de verdad, como nunca antes. Se decidió a tener su vida entre las manos. Era una diferencia sustancial. Tenía que aprender de la naturaleza para percibir los matices que permanecen ocultos y que son motor de nuestro ser. Aprender a atender lo básico, lo que verdaderamente importa.

 

"¿Qué es de verdad lo que deseo?", se preguntó.

 

Llegó a las cuadras donde entrenaba de joven. El hombre que cuidaba de los caballos, D. Jesús, había envejecido pero seguía teniendo la imagen del que es feliz con su oficio. D. Jesús la miró extrañado hasta que finalmente la reconoció. Con un gesto a la gorra y sin tirar el cigarro eterno entre los labios la saludó complacido. Ella se acercó y lo besó.

 

- Has vuelto, mucho has tardado. Dijo finalmente con una sonrisa.

 

Las cuadras estaban tan limpias como las recordaba, al entrar se cruzó con un mozo que sacaba una caballo sin ensillar. Era un macho hermoso, blanco y alto, con una cruz de más de 1 metro y medio, cabeza media y algo convexa, ojos de mirada despierta y vivaces. El cuello fuerte y arqueado, cubierto por su larga y ondulada crin.

 

Un caballo andaluz como el que ella montaba de niña. Un caballo mezcla de español, árabe y bereber y sobre todo masculino, con todos los atributos que ella nunca había encontrado en ningún hombre.

 

Al verlo sintió placer, los recuerdos de antaño se agolparon en su memoria.

 

El hombre que cuida de  los caballos la miró complacido.

 

- ¿Le montas?- dijo

 

Ella sintió un rubor desde su abdomen subiendo hasta su cara y un ligero temblor de piernas, sonrió y afirmó con la cabeza.

 

- Se llama Caimán. Informó Jesús.

 

Pero lo que pasó después es otra historia.

 

* Rafael Simón Gallardo es médico y cuenta cuentos inveterado...

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