Día Domingo, 07 de Diciembre de 2025
Miedo al forastero

Llevaba tan solo unas semanas en Alicante. Un chico alto, remilgado, moreno y pelo corto me mira fijamente de arriba abajo mientras con el ceño fruncido me dice: “Así que eres madrileño… no tengo muy buen recuerdo de los de Madrid… siempre que vais a mi pueblo, Guardamar del Segura, os creéis los amos del lugar sin respetar a nadie”.
Un episodio, el que viví hace tres años, que sirve como lección para demostrar que la turismofobia no es nueva en nuestras fronteras. Un miedo a lo desconocido, al forastero que ahora está en su punto más álgido acentuada por la sobrepoblación y por el turismo de borrachera. Aunque en aquellos momentos, yo no iba de turismo, había cierto respeto hacia el de fuera, hacia aquel que no era del territorio, este que tenía costumbres distintas y pensaba diferente. Por entonces, cuando sucedió ese curioso suceso, justificaba la actitud de mis paisanos madrileños y tildaba de exagerados a los alicantinos por tener esa imagen de los de la capital.
Una caricatura, que, con el tiempo, he ido aceptando. Me he ido percatando de que los turistas, ya sean madrileños, catalanes, ingleses, rusos o de la Conchinchina, desembarcan en ocasiones en nuestra ciudad, Alicante, con delirios de grandeza como si nosotros viviéramos gracias al dinero que ellos desembolsan en los hoteles y restaurantes. Un pensamiento minimalista y egocentrista que les lleva a no respetar en muchas ocasiones a los lugareños, los cuales a fin de cuentas son los que pagan impuestos en la urbe. Habitantes que en ocasiones se ven perjudicados por la sobreexplotación del sector turístico.
Efectos secundarios entre los que destacan. Falta de plazas de aparcamiento como consecuencia del aumento de coches en la ciudad, saturación de viandantes que afectan negativamente a la vida de los residentes, o por no hablar de las consecuencias del turismo de borrachera, el cual aumenta considerablemente los decibelios de municipios como Benidorm o Torrevieja. Unos aspectos negativos que deben de servir no para rechazar a los turistas, sino para reinventar el sector para que tenga mayor eficiencia y calidad. Construir, no destruir. Recibir con los brazos abiertos a los forasteros, pero respetando a los habitantes, a los que viven y pacen en la ciudad.
Debemos ponernos en el lugar de los residentes, de aquellos que en muchas ocasiones aguantan las borracheras o falta de civismo de los visitantes. Aquí no hay buenos ni malos, sino personas que cuentan con distintos intereses. Los turistas buscan calidad y disfrutar de la experiencia. Los lugareños pretenden que su día a día no se vea alterado por los turistas. Un entendimiento, que deben demostrar las dos partes, un dialogo que debe de ser la solución de este conflicto, no la violencia o la hostilidad.
Un miedo a lo desconocido que no es comprensible, pero si lo es la fobia a la alteración de la rutina de los residentes. Un malestar que se debe aplacar para que no solo los turistas estén contentos en nuestros fueros, sino también los vecinos que aman a su ciudad. Un amor que en ocasiones se derrumba por la presión del turismo, un terror a los intrusos, que como ha ocurrido en Venecia, donde muchos residentes han decidido abandonar su patria como consecuencia del exceso de turistas. Se debe establecer un corsé al turismo limitando las licencias y permisos para no destruir la calidad de vida que caracteriza a nuestro país.
Reinventarse o morir, reformar el sector o estancarse. Abrir miras y diversificar el turismo para que sea de más calidad y eficacia.
*Jorge Brugos es Coordinación de Comunicación de Ciudadanos en Alicante Capital.

















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