La Reina y la Trueba del algodón

Y es que el algodón no engaña, a las Truebas me remito. Carecemos del radical patriotismo norteamericano que les alza, mano derecha en el corazón, mientras suena su himno. No aplaudimos a nuestros soldados a la vuelta de jugárselo todo en arriesgadas misiones y ni siquiera encarcelamos y tiramos la llave a quienes, ufanos de sus cobardes gestas, queman la rojigualda o golpean a prójimos que, simple y llanamente, orgullosos la exhiben. Cómo vamos a hacerlo, si nuestros propios mandos se mofan de ella, la retiran de sus fachadas, impiden que suene el chunta-chunta, y hasta les entra alergia y calambres pensar en dar los partidos de la Gloriosa Roja en la calle, esa que creen suya para moldearla a su retorcido gusto.
No somos de esa pasta y, como dice un buen amigo, si Colón en lugar de ir de acá para allá hubiera salido de allá para acá, ahora los americanos seríamos nosotros. Gracias al Cielo -o en lo que cada cual quiera creer- fue al revés, no me veo sin la paella dominguera, una buena fabada o cocido en invierno (y sus etéreas consecuencias), el jamón ibérico, el queso manchego, los vinos de toda España, la bendita siesta y su hermana mayor en rima consonante, la perpetua fiesta.
Pero una cosa es que seamos pusilánimes, más bien perezosos, en defensa propia y otra muy distinta y alejada, que venga alguien bien alimentado (léase subvencionado) y nos eructe en la cara tras comer en nuestra casa, muerto de risa mirándonos por encima del hombro creyéndose moralmente superior. Entre una y otra cosa hay un paso, dos o una maratón, dependiendo del aguante particular, personal e intransferible. Particularmente, reconozco que para esto tengo poca cuerda.
Este pueblo, este país, llamado España del que algunos reniegan (para su desgracia), ha sido guía y faro del mundo. Cuna de científicos, literatos, hombres y mujeres protagonistas de gestas inigualables a los que la mera y simple condición de español imprimía carácter. La lista es interminable. D. Gonzalo Fernández de Córdoba (el Gran Capitán), Doña Isabel La Católica, Pizarro, los héroes de Trafalgar (Churruca, Alcalá Galiano, Federico Gravina, etc.), Agustina la Maña, D. Blas de Lezo, los tercios españoles, los defensores de Baler (que, por si alguien no lo sabe, ha sido ejemplo en West Point durante muchos años de cómo defender una posición indefendible a la desesperada), María Pita, Cristóbal Colón (sí, español), Cervantes, Quevedo, Lope de Vega, Calderón, Velázquez, Goya, Rosalía, Ramón y Cajal, Ortega y Gasset, Lorca, los hermanos Machado, Miguel Hernández, y así hasta quedarme sin tinta o papel. ¿Son o no para estar orgullosos de nuestro linaje?
Los fieros y amenazantes leones que vigilan, con fauces y garras dispuestas, nuestra soberanía nacional, las Cortes Generales, responden a dos heroicos nombres, D. Luis Daoiz y D. Pedro Velarde, capitanes de artillería que un 2 de mayo casi a sopapos por carencia de armas, con Doña Manuela Malasaña a su vera, se rebelaron contra el mejor y mayor ejercito de la época, sin esperanza alguna de éxito. Todo para que sus compatriotas gritaran “vivan las caenas” a la vuelta de la regresión del absolutista Fernando VII, simple y llanamente porque era español, ni más ni menos. Fue el pueblo español quien hirió de muerte la expansión del 'petit' corso por mero orgullo de sangre, la misma con que pagó la cuenta de esa macabra fiesta.
Con estos antecedentes, por mucha urticaria y vergüenza que provoquen a impenitentes torcedores históricos, hay que ser torpe, muy torpe, para despreciarnos públicamente. Mucho más, tras ser laureado por esos mismos a quienes se desprecia. “No es de bien nacido ser desagradecido”, dice un refrán y otro menos elegante pero igual de acertado “donde comes no cagues”. Sprays de filosofía profunda concentrada vestidos de sabiduría popular.
Pero, además y por si fuera poco, la pinícula (el flin) buena, lo que se dice buena no es, ¿a qué no? Para que SensaCine.com le otorgue un 1,9 sobre 5, o Filmaffinity un 4,4 sobre 10, no debe de ser precisamente digna de Oscar, quién sabe si de un Goya. Si a ello le sumas las nefastas cifras de espectadores y los comentarios de los pocos que, arrojados valientes, se han atrevido a pagar para verla, el resultado se adivina. Craso y estrepitoso fracaso. La Trueba de ello es que otras, con menos presupuesto e ínfulas, doblan y triplican las cifras de la malhadada “Reina de España” de otro rey, D. Fernando, apodado el Bocas.
Pero todo tiene solución y siempre queda el famoso arte de la navegación a vela. Es decir, colocarla en la posición necesaria para llegar a puerto, no importa de dónde sople el viento, incluso si lo hace en la misma dirección y sentido contrario. Lo importante es usarlo a nuestro favor y buscar las causas, ajenas a la propia responsabilidad, por las que una obra maestra, cumbre, icono de nuestra filmografía no alcanza las cotas de éxito que, por su calidad, merece.
¡Malditos españolazos envidiosos incapaces de apreciar el arte en estado puro! ¡Vengativos no compatriotas que se molestan por nada!, total por una fruslería, pero bueno, no pasa nada, subvención por subvención, subvención al cuadrado y Trueba suerte otra vez pero esta calladito, suena el consejo de los productores.
*Enrique Vila es abogado. Fundador del despacho Romiel y Vila Abogados


















Luis | Domingo, 11 de Diciembre de 2016 a las 19:16:36 horas
En la lista de los Grandes Españoles faltan HSM!!
Siempre con ellos!!
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