El fuego y la palabra
No hago referencia a la memorable película de Richard Brooks de los sesenta en la que un magnífico estafador charlatán, Burt Lancaster, ávido de dinero y fama aprovecha la inocencia y credulidad humana para su propio y exclusivo beneficio. Soberbia representación de la necesidad de creer que los males propios derivan de terceros apoyándose, en ocasiones exclusivamente, en fuerzas insondables, sobrenaturales, que evitan autocensura y responsabilidad. Nada más infantil. Parece que poco hemos evolucionado desde que aquel Predicador Evangelista inmoral (peor, amoral) moviera masas enriqueciéndose a su costa y controlando su voluntad. Desde tiempos remotos y hasta tiempos futuros, este resquicio del débil carácter humano será la brecha por la que todo tipo de desalmados consiguen y conseguirán idéntico propósito.
Mi admiración por el actor va más allá de su trabajo. Le agradezco enormemente que fuera uno de los pocos (junto con Marlon) que mi abuela pronunciaba con meridiana claridad, no como los Chon Vaine, Boope, Cargable o el Deán Martí. Este último, poco vinculado con la piadosa labor del cargo eclesiástico que le ha valido alguna calle que otra en nuestras ciudades hasta que se le vincule con regímenes anteriores, real o figuradamente. Al tiempo.
Con sinceridad, el título inicial era otro mucho más adecuado y escatológico pero políticamente (¡qué aburrimiento de política!) incorrecto, “El Fuego y la Cagada”. Las escasas posibilidades de que el editor lo aprobara o de que suscitara el necesario interés del lector para ocupar el valioso tiempo estival en su lectura, decantaron la balanza. Y es que, al parecer, y según sus propias declaraciones, el incendio de la Isla de La Palma, viene provocado por “ardor” de limpiar rastros del germano, familia de María Sarmiento, que se fue a cagar al campo y se lo llevó el viento. Por lo menos a las llamas que provocó al incendiar el papel higiénico huella de su delito.
Me refiero, cómo no, al desastre ecológico que el discutible placer de defecar en el campo puede llegar a causar si no se toman las precauciones oportunas. Si no que se lo pregunten a los habitantes de La Palma que, a buen seguro, desearían que el teutón de marras hubiera usado esa parte de su mano para adecentar su trasero tras hacer sus necesidades. Puestos a estar en armonía con la Naturaleza, bien podría haberlo hecho. Nada más natural y sano, tras truñear en el campo que ser autosuficiente.
Pero no, no fue así. Premeditadamente este compatriota de Wagner prefirió representar su particular cagalgada provisto de yesca y pedernal para cuando aliviara su regia y germana anatomía. Muy orgulloso de su hazaña no estaría cuando pretendía hacer desaparecer los rastros con fuego purificador entre pinocha y rastrojos que rápidamente ardieron en deseos de satisfacerle y borrar las huellas de su falta.
Resultaría cómico si no fuera porque, tamaña cagada, ha segado la vida de un guardia forestal que deja cinco, cinco, hijos que aún se preguntan, y tardarán en dar respuesta, de cómo es posible ser tan bobo, tan zote, tan lerdo, tan memo, borrico, cretino y mostrenco, de quemar papel, por muy higiénico que se llame, en medio de un bosque seco y en verano, en lugar de aprovechar la comodidad y seguridad de la porcelana moderna.
Y aunque la vida humana es, simplemente, valor supremo, tampoco olvidemos las cuatro mil hectáreas, cuarenta millones de metros cuadrados (más de trescientas treinta y tres mil viviendas de ciento veinte metros cuadrados), arrasadas hasta la fecha por el gesto naturista del encuclillado enmascarado masacrador de fauna y flora irrecuperable en generaciones.
Si la causa de la causa es la causa del mal causado, del mismo modo que la parte contratante de la primera parte será considerada como la parte contratante de la primera parte (Groucho dixit), podríamos culpar a las papas con mojo del desastre humano y natural en marcha y así, entraríamos en la rotonda sin salida de la culpa ajena, externa, de la propia estupidez sin responsabilidad que tanto reconforta y relaja.
En todo caso, seamos prudentes, aprendamos de la experiencia y la próxima vez que mandemos a un no nacional, o a un cuñado, a aliviar intestinos o simple y llanamente a “cagar”, cacheémoslo en evitación de males mayores o, simplemente, indiquémosle el camino, que suele estar al fondo a la derecha.
* Enrique Vila es abogado. Fundador del despacho Romiel y Vila Abogados


















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