Viernes, 05 de Diciembre de 2025

Actualizada Jueves, 04 de Diciembre de 2025 a las 19:54:07 horas

ENRIQUE VILA
ENRIQUE VILA Martes, 14 de Julio de 2015

Aviso a Navegantes

Nos hemos desayunado esta semana con otra de esas agresiones que no por habituales han de pasar inadvertidas o causarnos indiferencia. Por ello me pongo serio y olvido los chascarrillos habituales.

Cómo no, se trata de la presunta (por imperativo legal) agresión sexual a una joven de 19 años en la festividad de San Fermín. Lo esencial para este comentario no es la agresión, pues delincuentes y agresiones desgraciadamente las hay todos los días y de todos los colores, sino su clase. Es uno de esos ataques en los que el autor se cree por encima de la víctima e incluso con derecho a profanar, por su género, la libertad de la misma ante la superioridad física y, en los peores casos de degeneración del delincuente, hasta moral. Hacía tiempo que tenía en mente pasar a papel unos pensamientos recurrentes que me rondan.

La verdad es que no lo he hecho hasta ahora porque los veo tan claros y ciertos que no me cabía la duda de ser compartidos por todos los hombres. Cuanto mayor me hago más claro resulta que lo que no sale del pensamiento no tiene efecto real, y que lo que no se dice queda en un limbo inservible que no beneficia ni al pensante, que no lo expresa, ni al destinatario, que no lo recibe. Los que hemos perdido a algún ser querido siempre nos ha faltado decirle algo y sabemos de lo que hablo. “Todos los bravos sentimientos del mundo no valen una brava proeza” (El Estandarte del Cuervo). Por eso no quiero que permanezca más tiempo escondida la admiración y sana envidia que merecéis, mujeres, tan injustamente tratadas histórica y, en ocasiones, actualmente. Parece mentira que hasta 1.975, intelectuales, eruditos y estudiosos (situados, sospecho fundadamente, en sus puestos en ejercicio de la práctica ibérica del “conecting”) os equipararan a los menores, dementes o sordomudos con la llamada licencia marital del antiguo artículo 1.263 CC., felizmente derogado.

No hace tanto de esto, sólo cuarenta años, un mísero grano de arena en la playa de una historia a olvidar. Sostengo, sin estudios de Universidades americanas, europeas o nacionales que lo avalen, que todo ello obedecía y responde a un insoportable complejo de inferioridad y miedo irracional de esos seres masculinos incompetentes y limitados que no han sabido apreciar la valía e importancia que más de la mitad de la población tenéis. De este modo, cambiando las reglas del juego y adaptándolas a sus limitaciones y miserias, pretendían imponerse sin tener que competir igualitariamente en un partido que sabían perdido de antemano pero que su orgullo les impedía reconocer. Nada más claro que el hecho de que el ser humano se manifiesta en dos géneros biológicamente, y eso es lo único que nos diferencia pero no nos distancia, al contrario.

Y dentro de ellos ha tenido a bien dotaros de claros dones que no puedo más que admirar y, a veces, envidiar. Como madres, el amor, abnegación, paciencia, constancia y dedicación a los hijos es incomparable con la que nosotros, con todo nuestro empeño, somos capaces de proporcionar. Es un don natural, empíricamente demostrable, incuestionable y general. Nada os impide o limita en ello, hasta con trabajos asfixiantes o de cuasi plena dedicación sabéis encontrar la fuerza y tiempo necesarios para hacer frente a jornadas maratonianas de triatlón familiar. Valientes y duras ante la enfermedad y el dolor propios y ajenos. Mástiles de vela mayor y timones del barco de la pareja. Trabajadoras incansables y dedicadas en cualquier actividad a la que añadís a la constancia y capacidad, presencia, alegría, garbo y estilo. No me canso de asombrarme a diario de todo ello, quizá porque estoy rodeado de madre, pareja, hija, amigas y compañeras en la que confluye todo ello y porque he comprobado entre mis allegados, los más felices, que también lo están.

Obviamente, como en botica, de todo hay. Pero lo hay en todos los bandos porque el género o el cromosoma, sea XX o XY, no proporciona ninguna ventaja ni a unos ni a otros; no otorga privilegio por sí mismo de forma natural. Lo contrario sería olvidarse de la pregunta que le hicieron a Ortega y Gasset (a los dos) sobre qué opinaba de los polacos, a lo que respondió “No lo sé, no los conozco a todos”. Llegados aquí, no queda sino batirnos (Las Aventuras del Capitán Alatriste) contra todos esos rufianes malencarados, limitados y acomplejados que siguen pretendiendo imponer su voluntad por la circunstancia natural de la mayor fuerza física o agresividad verbal. Gracias a Dios y a Darwing la especie mejora y cada vez son menos. A estos seres, no calificables como hombres sino como mucho cuarto y mitad de tal, es necesario recordarles dos cositas: una, estáis en un error si creéis controlar y dominar a vuestra acosada, es justo al contrario porque habéis hecho de ellas razón de vuestra existencia sin la que no podéis estar.

Al contrario de vosotras, que podéis y debéis y queréis vivir a su margen, ellos no pueden prescindiros o se quedarían sin el leitmotiv de su incapacidad existencial; dos, que frente a ellos no sólo van a tener a todo ese género que denigran y a las autoridades que lo protegen, sino también al resto del suyo propio a quienes avergüenzan y en quienes confluye la misma circunstancia natural, ¡recordadlo o llevaos una sorpresa¡ y eso, eso será otra historia.  

 

*Enrique Vila es abogado. Fundador del despacho Romiel y Vila Abogados  

Comentarios
Comentar esta noticia

Normas de participación

Esta es la opinión de los lectores, no la de este medio.

Nos reservamos el derecho a eliminar los comentarios inapropiados.

La participación implica que ha leído y acepta las Normas de Participación y Política de Privacidad

Normas de Participación

Política de privacidad

Por seguridad guardamos tu IP
216.73.216.29

Todavía no hay comentarios

Con tu cuenta registrada

Escribe tu correo y te enviaremos un enlace para que escribas una nueva contraseña.